Ahora que se aproxima la Navidad me viene a la cabeza, tal vez por la imagen gélida de aquél siglo XVIII que dibujó Dickens en Historia de Dos Ciudades y porque veo nevar a través de la ventana, esas palabras ácidamente irónicas que recapitularon sobre la sanguinolenta historia de la guillotina y cómo los gobernantes no supieron ver la que se les venía encima. Me imagino entonces escribiendo un cuento sobre nuestra adormecida sociedad y me descubro plagiando al mismo Charles. Después lo pienso mejor y me tranquiliza pensar que está muy lejos de mi alcance la sola idea de soñar con el plagio. Así que prosigo con mi desahogo social sobre nuestra paralizada y aterida sociedad, a la vez que pongo ‘grandes esperanzas’ en el inminente feliz 2010.
No ha habido tiempos mejores ni peores; eran años de buen sentido y de locuras; época de fe y de incredulidad; temporada de luz y de tinieblas; primavera de esperanza, invierno de desesperación; lo teníamos todo ante nosotros y no había nada; todos íbamos derechos al Cielo y marchábamos en sentido contrario.
Había en el trono de España un rey de ancha mandíbula y un gobernante de cara vulgar, y en Norteamérica regía un joven presidente de raza negra que fascinaba al mundo con su elocuente oratoria. En uno y otro lugar, los señores que administraban los bienes del Estado veían más claro que el agua que aquella situación estaba asegurada para siempre.
Corría el año 2009 de Nuestro Señor. Atrás veía España los días prósperos colmados de trabajo, bienestar y concordia de aquélla época afortunada, igual que lo había llegado a ser ésta. Se habían enterrado ya los fantasmas del pasado y ahora los fantasmas contemporáneos habían vuelto para divulgar sus mensajes con una falta de originalidad sobrenatural.
En el orden puramente terrenal de los hechos, el Estado y el pueblo de España acababan de recibir sencillos mensajes enviados por un insignificante grupo de súbditos que presagiaban una deriva fatal de las virtudes y los valores, tales mensajes tuvieron una importancia mucho mayor para el género humano una vez que se habían cumplido los peores augurios.
Norteamérica, menos favorecida en general en el terreno espiritual que su hermana transatlántica, se deslizaba sin sentir cuesta abajo, emitiendo papel moneda y gastándolo. Ni la nación de las barras y estrellas, ni la nación de naciones de bandera rojigualda podían sentir gran orgullo del orden y del sosiego falsos que en ellas reinaban. Todas las noches ocurrían en las capitales atrevidos asaltos a mano armada, y hasta actos de bandolerismo en plena calle, los guardias que iban tras los delincuentes a menudo eran tiroteados por los disparos de éstos cuando eran sorprendidos en sus actos. En las Cortes, los Parlamentos, los Ayuntamientos, los Tribunales superiores y no tan superiores y hasta en toda clase de Palcos presidenciales, la corrupción y el envilecimiento eran tan descarados que frecuentemente se despojaba a los ciudadanos de todo derecho, se abusaba de ellos con absoluta indiferencia y ante tales actos de depravación y deshonestidad se oía de vez en cuando un grito de la resistencia pidiendo amparo, pero era insuficiente para ser escuchado por aquellos seres llamados políticos, por lo que la Ley, igualmente putrefacta ya, era incapaz de descargar sobre ellos ningún tipo de castigo; y a todo el mundo le parecía completamente normal.
Estos hechos y otros mil ocurrían a cada momento durante el bendito y simpático año de 2009. Y en tal ambiente, mientras los insignificantes súbditos presagiaban una deriva fatal de los pueblos y países del mundo civilizado, el rey de ancha mandíbula y el gobernante de cara vulgar; así como el joven presidente que fascinaba al mundo con su elocuencia, se movían con mucho ruido y ejercitaban con mano despótica sus poderes democráticos. Así es como el año 2009 llevaba por las rutas que se abrían ante ellos a estos políticos y autoridades, y a millares de seres insignificantes, algunos capaces de cambiar el mundo y hacerse oír a través de los vicios burocráticos que ahogaban a estas y otras naciones.
No ha habido tiempos mejores ni peores; eran años de buen sentido y de locuras; época de fe y de incredulidad; temporada de luz y de tinieblas; primavera de esperanza, invierno de desesperación; lo teníamos todo ante nosotros y no había nada; todos íbamos derechos al Cielo y marchábamos en sentido contrario.
Había en el trono de España un rey de ancha mandíbula y un gobernante de cara vulgar, y en Norteamérica regía un joven presidente de raza negra que fascinaba al mundo con su elocuente oratoria. En uno y otro lugar, los señores que administraban los bienes del Estado veían más claro que el agua que aquella situación estaba asegurada para siempre.
Corría el año 2009 de Nuestro Señor. Atrás veía España los días prósperos colmados de trabajo, bienestar y concordia de aquélla época afortunada, igual que lo había llegado a ser ésta. Se habían enterrado ya los fantasmas del pasado y ahora los fantasmas contemporáneos habían vuelto para divulgar sus mensajes con una falta de originalidad sobrenatural.
En el orden puramente terrenal de los hechos, el Estado y el pueblo de España acababan de recibir sencillos mensajes enviados por un insignificante grupo de súbditos que presagiaban una deriva fatal de las virtudes y los valores, tales mensajes tuvieron una importancia mucho mayor para el género humano una vez que se habían cumplido los peores augurios.
Norteamérica, menos favorecida en general en el terreno espiritual que su hermana transatlántica, se deslizaba sin sentir cuesta abajo, emitiendo papel moneda y gastándolo. Ni la nación de las barras y estrellas, ni la nación de naciones de bandera rojigualda podían sentir gran orgullo del orden y del sosiego falsos que en ellas reinaban. Todas las noches ocurrían en las capitales atrevidos asaltos a mano armada, y hasta actos de bandolerismo en plena calle, los guardias que iban tras los delincuentes a menudo eran tiroteados por los disparos de éstos cuando eran sorprendidos en sus actos. En las Cortes, los Parlamentos, los Ayuntamientos, los Tribunales superiores y no tan superiores y hasta en toda clase de Palcos presidenciales, la corrupción y el envilecimiento eran tan descarados que frecuentemente se despojaba a los ciudadanos de todo derecho, se abusaba de ellos con absoluta indiferencia y ante tales actos de depravación y deshonestidad se oía de vez en cuando un grito de la resistencia pidiendo amparo, pero era insuficiente para ser escuchado por aquellos seres llamados políticos, por lo que la Ley, igualmente putrefacta ya, era incapaz de descargar sobre ellos ningún tipo de castigo; y a todo el mundo le parecía completamente normal.
Estos hechos y otros mil ocurrían a cada momento durante el bendito y simpático año de 2009. Y en tal ambiente, mientras los insignificantes súbditos presagiaban una deriva fatal de los pueblos y países del mundo civilizado, el rey de ancha mandíbula y el gobernante de cara vulgar; así como el joven presidente que fascinaba al mundo con su elocuencia, se movían con mucho ruido y ejercitaban con mano despótica sus poderes democráticos. Así es como el año 2009 llevaba por las rutas que se abrían ante ellos a estos políticos y autoridades, y a millares de seres insignificantes, algunos capaces de cambiar el mundo y hacerse oír a través de los vicios burocráticos que ahogaban a estas y otras naciones.
FRASIER: No, hijo, tú haz caso a papá (...) ha sido tan sólo una pesadilla (...) el Senador Thurmond no está en tu armario.
1 comentario:
Pese a todos los que influyen el la vida de los demás, la felicidad solo depende de uno mismo su corazón y su cabeza. Por eso celebramos 2.009 años después el nacimiento de un Niño.
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